El Terminador 0061

El Terminador 0061

En este primer programa, empezamos con una pequeña cronología para situarnos mejor.

Tomamos como base el texto del libro “La Antigua Mesopotamia” de Oppenheim.

“De acuerdo con el enfoque aplicado por A. L. Oppenheim a su libro La antigua Mesopotamia, el marco cronológico aquí adoptado cubre la historia antigua documentada (habría que añadir: sobre tablillas de arcilla inscritas con signos cuneiformes), esto es, desde la invención de la escritura hasta la época arsácida. La cronología absoluta sigue obviamente la propuesta por J. A. Brinkman en el apéndice «La cronología de Mesopotamia en época histórica».

A finales del iv milenio a.C. (convencionalmente se suelen citar las fechas de 3200, 3100 o 3000 a. C.), en algún lugar de Súmer (tal vez en Uruk), uno de los escenarios de la primera «revolución urbana», se inventa la escritura que acabará convirtiéndose, con el paso del tiempo (hacia mediados del milenio siguiente), en el sistema de escritura cuneiforme.

La época paleosumeria, conocida también como la época protodinástica (o de las primeras dinastías), o época presargónica (esta última obviamente por alusión a la fase siguiente), tiene por protagonistas políticos a las ciudades-estado independientes del país de Súmer. Este periodo, que cubre un amplísimo espacio cronológico (2900-2334), incluye, como uno de sus nombres indica, las primeras dinastías de Ur, Kiš y Lagaš.

“La época páleoacadia, conocida también simplemente como acadia o sargónica, corresponde al periodo que se inicia con la creación del primer imperio mesopotámico, obra de Sargón de Acad, completada por su nieto Naram-Sin, y que termina con el interregno de los guíeos, cuya invasión había puesto fin al susodicho imperio (2334-2112).

El periodo de Ur III, esto es, de la III Dinastía de Ur, conocido también como época neosumeria, constituye lo que se ha venido en llamar el siglo del «renacimiento sumerio» (2112-2004), ya anunciado o iniciado por la II Dinastía de Lagaš (Gudea). Šulgi, hijo del fundador de la dinastía de Ur, crea un imperio mesopotámico a imagen del de Acad, que representa para los sumerios y lo sumerio lo que podríamos llamar su canto de cisne.”

A principios del IV milenio a. C. tuvo lugar en el suroeste asiático un fenómeno de gran trascendencia para la historia de la humanidad, a saber, la aparición, en modo progresivo y rápido, de un conjunto de focos culturales.

Entre éstos figuraban los que, con el tiempo, iban a dar origen a aquellas civilizaciones autónomas y originales que podemos identificar con los nombres de los valles fluviales que las albergaron: la civilización del valle del Indo, la del valle del Éufrates y la del valle del Nilo. Junto a éstos, hay que mencionar un número de focos menores, coetáneos o algo más tardíos, surgidos en la misma región.

A pesar de tener unos rasgos particulares y unas configuraciones únicas, similares a aquéllos, el desarrollo interno de estos focos quedó entorpecido y paralizado, o acaso retrasado, debido a factores de índole geopolítica o accidental.

Países como Elam, Arabia Meridional y Siria brindan buenos ejemplos, aunque otros pueden muy bien permanecer todavía enterrados bajo los innumerables tels que perfilan todo aquel paisaje.

Un rasgo esencial de este fenómeno fue, al parecer, el desarrollo de civilizaciones-satélite en lugares ubicados en la periferia de “las civilizaciones de los valles fluviales. Como es de esperar, aquéllas surgieron a raíz del contacto entre la civilización principal o central y nuevos grupos étnicos portadores de sus propias tradiciones culturales.

En efecto, podemos citar claros ejemplos, eso sí, bastante más tardíos, como la civilización hitita y la urartea, y no sería de extrañar en absoluto que se dieran a conocer o se reconocieran más ejemplos de este tipo en un futuro próximo.

Antes de hablar propiamente de los «actores» que sabemos que aparecieron en el escenario donde se materializó lo que hemos denominado la civilización mesopotámica, conviene hacer una advertencia importante; y es que lo que sabemos se basa casi de forma exclusiva en el testimonio escrito, lo que significa que las gentes que podemos distinguir y diferenciar se caracterizan como tales solamente por el uso que hicieron de una lengua específica que casualmente se conservó en los textos.

En otras palabras, no es posible definir ni describir los grupos raciales o étnicos. La relación entre estas tres categorías, a saber, lengua, raza y etnia, es extremadamente compleja, y dista mucho de haber sido investigada lo suficiente. Y aunque, por lo general, se reconozca que las categorías racial, étnica y lingüística sólo se corresponden muy raras veces cuando se trata de civilizaciones complejas, conviene llamar la atención sobre el hecho de que ni siquiera los textos escritos ofrecen un testimonio fidedigno a propósito de la lengua hablada por la sociedad que los produjo.

Esto es sin duda válido para Mesopotamia, donde, en más ocasiones de las que normalmente se reconoce, un elevado y firme tradicionalismo separó lo que fue la lengua escrita por el escriba de la lengua hablada por él mismo y por la gente que le rodeaba diariamente.

Fueron muchos los pueblos que atravesaron Mesopotamia, y un buen número de ellos dejó tras de sí documentos escritos. Desde el momento en que las afinidades lingüísticas de los habitantes de Mesopotamia resultan evidentes, hasta el final de su independencia política, las poblaciones más importantes que se establecieron en el sur se conocen como sumerios, babilonios y caldeos, y en el norte y el oeste, como asirios, hurritas y arameos.

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